La leche es una secreción glandular característica de cada
especie de mamíferos. Los mamíferos son un orden de animales cuyas hembras
poseen unas glándulas especiales (mamas) destinadas a alimentar a sus crías en
las primeras etapas de su vida. Una vez que la cría alcanza un desarrollo
suficiente para alimentarse de manera autónoma, la leche es abandonada y jamás
vuelve a ser utilizada en la edad adulta. El ser humano es el único mamífero
que infringe esta norma, continúa consumiendo leche durante toda su vida, y con
el agravante de tratarse de leche de otras especies. En este sentido, la
mayoría de los niños pierden, a medida que crecen, la enzima que permite
digerir la lactosa de la leche de vaca, como parte natural de su desarrollo
coincidiendo con el destete.
No hay que olvidar que cada leche posee una formulación
especialmente “diseñada” para alimentar a las crías de esa especie. Lógicamente,
el contenido de la leche de vaca no es el mismo que el de la leche humana,
aunque su aspecto de la impresión que todas las leches son iguales. El contenido en grasas y proteínas de la
leche de vaca resulta excesivo para el ser humano, y las proporciones de
otras sustancias son diferentes. Además,
la leche sirve de vehículo de transmisión entre madre y bebé de una
variedad todavía no muy bien conocida de hormonas, anticuerpos y otros factores
inmunológicos.
Si hasta hace poco, el consumo de leche en estado natural se
defendía como tradicional y saludable, la situación cambió. En la actualidad,
casi nadie puede consumir leche en estado natural, y los productos lácteos que
ofrece el mercado han sido sometidos a diversos procesos de conservación y
transformación.
Se dice que los procesos de esterilización actuales
(pasteurización, UHT, etc.) son seguros para el consumidor, al eliminar todos
los gérmenes. En realidad, estos
procesos transforman las cualidades de la leche, convirtiéndola en un producto “muerto”
con la consigna de hacerla menos perecedera, o sea, que dure en los
supermercados durante mucho tiempo, evitando pérdidas económicas. Los procesos
de esterilización alteran las sustancias nutritivas (proteínas, vitaminas,
enzimas,..) y junto con los aditivos que se incorporan, sólo agravan el
problema.
En definitiva, lo que nos venden es un “brebaje industrial”
que nada tiene que ver con el producto “natural” original y sus supuestas
virtudes.
El calcio de los
vegetales, algas, frutos oleaginosos, etc., es muy bien recibido por nuestro
organismo que está preparado para asimilarlo. En cambio, el calcio de los
productos lácteos, debido a la caseína y la relación calcio/fosforo, no es
asimilado, ya que su contenido en elevado en fósforo, acidifica al PH
sanguíneo, obligando al organismo a extraer al Calcio de sus reservas naturales
óseas, después de haber utilizado el calcio proveniente de la alimentación, por
lo que la leche, favorece la pérdida de
calcio procedente de nuestra masa ósea.
El 55% de los lípidos de la leche materna son ácidos grasos
poli-insaturados, benéficos para la salud.
La leche de vaca, en cambio, contiene un 70% de ácidos grasos saturados que
representan a las grasas causantes de diversas enfermedades, entre ellas las
cardiovasculares.
Las leches vegetales suelen digerirse mejor que las
animales. La inmensa mayoría que pasa de la leche de vaca a la vegetal observa
como disminuyen los síntomas
dispépticos, el estreñimiento, la diarrea, el colon irritable y las alergias.
En Francia, el 30% de las mujeres con menopausia presentan osteoporosis, o sea cerca de 3
millones. De ese total, cada año 50.000 mujeres sufren fractura de cuello del fémur, la mayoría de las cuales desarrolla
invalidez crónica. Sin embargo, todas estas pacientes consumen productos
lácteos, siendo la primera indicación que reciben en la consulta médica.
El investigador norteamericano William Ellis, después de
realizar más de 25.000 análisis de sangre, halló que los niveles más bajos de
calcio correspondían a personas con la costumbre de tomar tres, cuatro o cinco
vasos de leche al día.
Muchas personas son ya conscientes de que la leche de vaca
produce más mucosidad que cualquier otro alimento, un moco espeso que obstruye
el sistema respiratorio y que favorece ciertas enfermedades. La fiebre del heno, el asma, la bronquitis,
la sinusitis, los resfríos, la secreción nasal y las infecciones de oído pueden
ser favorecidas por esta mucosidad, como así también causa de alergia. Este
hecho puede comprobarse dejando de consumir lácteos por un tiempo.
Diversos tipos de cáncer han sido relacionados con el
consumo de lácteos, como el de ovario (por la incapacidad de descomponer la
galactosa) y los de mama y próstata (presumiblemente asociados al aumento de
una sustancia que contiene la leche, llamada IGF-1).
Se emplean hormonas sintéticas para que las vacas lecheras
aumenten su producción de leche. Como las vacas están produciendo cantidades de
leche que la naturaleza jamás previó, el resultado obtenido es la mastitis, o
inflamación de las glándulas mamarias. Su tratamiento requiere del uso de
antibióticos, cuyos restos y de las hormonas se encuentran en muestras de leche
y otros lácteos.
En este sentido, existen ciertos estudios que arrojan
resultados destacables. El estudio de Salud de Enfermeras de Harvard, que
controló a más de 75.000 mujeres durante 12 años, mostró que el aumento del consumo de leche no tiene un
efecto protector sobre el riesgo de fracturas. De hecho, el consumo
superior de calcio procedente de los lácteos estaba asociado a un mayor riesgo
de fracturas.
Según el equipo de Hsiu y Funk (Universidades de Taipeh y
Los Ángeles), la osteoporosis aumenta de
forma espectacular en aquellas personas que sin haber tomado nunca leche
animal, comienzan a tomarla. Esta pérdida de calcio puede ser debida a la
acidez transitoria producida por el exceso de proteínas de los lácteos.
Todo indica que los
lácteos no ayudan a mantener huesos fuertes; se puede reducir el riesgo de osteoporosis eliminando el consumo de sodio y proteína
animal en la dieta y aumentando el consumo de frutas y verduras, haciendo
ejercicio, y asegurando un adecuado consumo de calcio procedente de
vegetales tales como las hortalizas de hojas verdes, las legumbres y los frutos
secos. Por ejemplo, una ración de
brócoli contiene tanto calcio aprovechable como un vaso de leche, además de
muchos otros nutrientes saludables.
CONCLUSIÓN
En resumen, cualquier persona que se preocupe por la salud
debe cuestionarse si el consumo de
productos lácteos es realmente indispensable. Existen muchos indicios que
en realidad pueden acarrear problemas de
salud. La leche y demás lácteos no son
necesarios en la dieta, y tenemos formas de reemplazarlos por otros
alimentos más saludables. Así pues, ¿por qué seguir consumiéndolos? Una dieta sin lácteos puede cubrir todas
las necesidades nutritivas y sin riesgos para la salud. En realidad,
podemos alimentarnos perfectamente sin tener carencias de ningún tipo
prescindiendo de los lácteos.
Del calcio nos tendríamos
que preocupar de las pérdidas más que del suministro, e incluir en la dieta una
buena cantidad de vegetales que contienen ese mineral.
Para los que necesitan seguir tomando un liquido blanco de
sabor dulce suave, existe una amplia variedad de leches vegetales. Podemos
obtener sabrosas y nutritivas “leches” de
arroz, avena, almendras, avellanas, sésamo o soja. Las venden preparadas,
pero también las podemos hacer en casa.
Este escrito
ofrece información extraída de los siguientes artículos:
-¿Son los
lácteos una buena fuente de calcio? Dra.Olga Cuevas Fernández.
-¿Por qué las
leches vegetales? Luisa Martín.
-¿Leches
vegetales? Josep Vincent Arnau
-¿Razones para no consumir productos lácteos?
Asociación Vegana Española
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